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Aventuras y desventuras de una Gran Cacho de Perkins

26/2/14

Bueno, sólo decir que el post anterior lo empecé hace la torta de tiempo y lo acabo de descubrir como quien dice en los recovecos del blos, me ha parecido importante publicarlo. Espero poder seguir escribiendo de forma normal muy pronto y terminar ya con las cosas más serias, que no son el objeto de este blos sino el divertiros un poquillo con más assurdeces de la vida diaria.
Y bueno, para que merezca la pena este post, fotos assurdas de los meses pasados sin vosotros: 

ardilla de guerra vienesa

flowers de despedida de mis peques

Hace cuatro entradas era adviento. Después fue antes del verano y no escribí más. Ahora ya es casi adviento otra vez. Es que me estoy haciendo mayor...

Después de que Miliki se despidiera de esta vida el día de mi santo, me paré a pensar. Cuánto tiempo hace que mi abuelo se fue. Hace ya más de un año, cómo pasa el tiempo. Naturalmente, me acordé aquel día de octubre en que un año antes yo iba por las nubes volando para verle la última vez y él probablemente pasó a mi lado lanzándome un beso desde el aire. Él subía, mientras yo bajaba. 

Por unas horas, no volví a verle con vida, a aquel chulapo con planta de jefe de clan gitano que gritaba "Ah de la casaaaa!!" cada vez que se pasaba a vernos durante su paseíto matutino para ir a por el pan. Le recuerdo taconeando un poquito cada vez que corríamos a darle un beso, le recuerdo metiéndose con mi padre y regañando al perro que se flipaba queriéndolo saludar y se le subía a la pierna aquella tan negra de varices que se le había quedado de su época de fumador. Él, con su boina que le regaló mi madre que le quedaba como si no hubiera llevado otra cosa en su vida y hubiera crecido en el pueblo. 

Lo que le gustaba, lo del pueblo. Y eso que se jactaba de ser "de Madrí"; era la persona más "chula" y con más deje de Madrid que he conocido jamás. Pero se sabía todos los chismorreos del pueblo; se los sonsacaba a la estanquera, a la farmacéutica, al panadero, al de los churros... Se leía el periódico local como si conociera a todas las familias del pueblo, se sabía quién era éste o aquél, era el primero que se enteraba de cuándo iban a inaugurar cualquier cosa, cuándo iban a empezar las fiestas, dónde iban a poner los nuevos garitos, la última discusión sobre el futuro de la cañada romana... No se andaba con chiquitas, y ya había discutido con algún que otro lugareño y se negaba a ir a su tienda o a pasar por su local. 

Había sido toda la vida un fiestero. Recuerdo hace años cuando solía irse con el grupo de "los viejos", como él los llamaba (es decir, el Inserso), y yo sabía que iba a estar por la noche en el baile de la plaza, cuando eran las fiestas. Siempre, siempre me pasaba por allí a saludarle y a bailar un pasodoble con él, uno de los grandes placeres de mi vida, aún a riesgo de tener que pasar luego de brazos en brazos de sus "colegas", ávidos por poder bailar con una muchachuela. Y cómo le brillaban los ojos cuando bailábamos y les iba diciendo al pasar aquello de: "Mira, Fulano, qué nieta tengo!". 

Y es que le encantaba fardar de nietos. Me acuerdo de una vez al entrar al autobús de Galapagar a Madrid, que estaban él y mi abuela sentados delante, y cuando fui a pagar me recibió un grito de "MIRE!!! Esta es nuestra nieta mayor!!! ESTAAAAA!!!" a diestro y siniestro, hasta tuve que saludar a todo el autobús como si fuera una reina o algo para que se quedasen a gusto. Mi abuelo, coleccionando las medallas de mis primos (mucho más deportistas que yo, claro) o de mi hermano, o mostrándonos por aquí y por allí ("mira qué guapos son"), o exagerando a más no poder: "Mi nieta habla alemán" le dijo a una alemana en la playa, cuando yo contaba con apenas 10 u 11 años y había aprendido lo más básico para reconocer el idioma... él todo inflado como un pavo real y yo capeando el chaparrón, mientras la alemana me hacía toda clase de preguntas a las que yo sólo podía replicar un tímido "Ja" o "Nein". Pero, para él, yo sabía alemán que me las pelaba.

Cuando se enteró de que me gustaban las sevillanas, me compró inmediatamente un "best of" de música de sevillanas y le dijo a mi tía Lili que me enseñara a bailarlas una tarde que estaba de visita. Ella consiguió enseñarme la primera, sólo, pero a él no le importaba y hasta años después que aprendí el resto, me pedía que le bailase unas sevillanas y se veía la primera cuatro veces, encantado de la vida. 

También era un poco cabezota, todo hay que decirlo. Como se le metiera una idea en la cabeza... Y además le encantaba chinchar a la gente, con lo cual a veces era mejor quitarse de enmedio y dejar que se le olvidase la idea que se le había ocurrido para pinchar. Como cuando se me quedaba mirando atentamente y me decía "Chiiiica, se te está poniendo cara de alemana". Cómo me rebotaba eso. Pero como le diera por ahí, ya sabías lo que te tocaba. 

Leía... no, devoraba libros. Había trabajado en una editorial (ay, qué de libros de Barco de Vapor le tengo que agradecer...) y tenía, en aquel entonces, esa uña super larga para levantar las piezas de las letras que en aquellos tiempos era todo un enigma para mí. Y no tenía freno: se leyó incluso la saga de los vampiros, ésa de las pelis.  A mí me hacía mucha gracia pensar en mi abuelo leyendo historietas de adolescentes, pero ya con la inercia se niqueló los 4? 5? libros. Para ver qué pasaba.

Me encantaba hacerle reír. Le contaba mis historias, mis anécdotas assurdas, y él se partía la taba. Una vez me tuvo que llevar al dentista pq se me había roto el aparato del diente, y cuando iba mellada por la calle me silbó un motorista. Cuando le sonreí y casi se cae de la moto, el que mejor se lo pasó fue mi abuelo. Seguía riéndose mientras yo le decía que no era plan, silbarme cuando iba yo tranquilamente con mi abuelo por la calle... "Hay que ver, qué ideas tienes..."

Y cuando le llamaba desde aquí, me preguntaba siempre qué hacían mis alumnos en clase, y yo le tenía ya preparado un resumen de las mejores jugadas y casi podía verle sonreir a través del teléfono, mientras decía su frase "qué bárbaro, chica", o "Qué fenómeno". También le gustaban muchísimo las rancheras y las telenovelas por el acento de los distintos países sudamericanos, y yo me ponía a imitarlos cuando hablábamos o le cantaba mi ranchera preferida y hacía, en fin, cualquier chorrada para que se riera. Cuando iba a verles a su casa y mis abuelos estaban viendo la telenovela que tocase, no dudaban en deshacerse en explicaciones de quién era el malo malísimo y lo que había sufrido la pobre protagonista, y se nos pasaban las horas volando. Ahora no puedo escuchar ni la melodía de aquellas que vimos porque se me saltan las lágrimas... 

Probablemente, la mayoría de vosotros tenéis también historias y anécdotas de vuestros abuelos. No quiero poneros tristes, pero hoy me he acordado porque cuando hice la comunión, me llevó a la Casa de Campo, me compró unas pipas y me metió en los coches de Feria de San Isidro mientras sonaba "En el coche de papá". Se lo debía, quiero que quede escrito cómo era, quiero volver a aquellos momentos, los buenos y los no tan buenos, pues yo sólo de esta forma puedo devolverle al mundo aunque sea un poquito.

... lo recuerdo con sus gafas y su pinta de jefe de clan gitano, cuando volví del entierro de mi otra abuela y me pasé por su casa, y me cogió la mano y me la apretó muy fuerte, y nos miramos largo rato a los ojos mientras él me decía en silencio lo que jamás, jamás habría pensado que pasaría así de pronto: "puede que sea el siguiente". Lo veo en la puerta de su casa un par de a
ños más tarde cuando me despedí de él por última vez después del verano: "Vuelvo en octubre, abuelo, no falta nada"- "Qué bien, qué bien"

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