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Aventuras y desventuras de una Gran Cacho de Perkins

9/3/06

Boda evangélica

Bueno, como hace siglos y siglos que no escribo, tengo un par de historias antiguas que os quería contar, para llevar un poco el orden cronológico de la Historia en este blos hasta límites assurdamente insospechados: resulta que el verano pasado, exactamente el 12 de agosto de 2005 (qué lejano queda, cuánta, pero cuánta nieve ha caido desde entonces...), tuve el privilegio de asistir a una boda excepcional. No sólo porque no conociese más que a 3 de los otros invitados, porque fuera una boda alemana, porque para ser agosto hacía un frío de la leite... no: además, era una boda protestante, y eso para una muchacha de colegio de monjas católicas es todo un evento. Hago memoria y os jomento...

Se casaba un amigo de mi novio que es como una especie de medio cura protestante, no he llegado a descubrir con exactitud el quid de su cargo, pero bueno. Allí que llegué yo enfundada en mi chaqueta y mis pantalones porque con el aire y el frío que hacía (serían unos 14-16 grados y yo con un modelito de verano español al que tuve que renunciar y conformarme con los típicos pantalones negros de "pa tó"), y ya en el patio de la iglesia me dí cuenta de que íbamos "overdressed", es decir, con una elegancia suprema que nos hacía sobresalir ante las innumerables chaquetas y pantalones vaqueros y las sudaderas de chándal. Pero para una persona que lleve un tiempo en Alemania es ya normal la idea de que los alemanes son muy modernos y dejados respecto de la forma de vestir y el arreglarse, porque son independientes y seguros de sí mismos y piensan que la belleza está por dentro, etc., así que no pensé más y subí hasta la puerta de la iglesia a través de un bonito cementerio lleno de flores.

Una vez dentro, me llamó la antención el colorido de las paredes, de un rojo anaranjado muy vivo, con versículos de la Biblia escritos aquí y allá, y con unas enormes cristaleras. Sin imágenes, sin oscuridad, sin ornamentos, sin la tensión de haber pecado de fijo en algún momento. Y me dí cuenta de que allí dentro la gente hablaba en un tono normal, sin bajar la voz o susurrar. Y realmente he de decir que me gustó mucho la idea. En cada banco había un cuadernito con las canciones que íbamos a cantar, con dibujos de parejitas nupciales rechonchetas y muy bonitas citas en cada página sobre el amor... De repente, empezó a sonar la música y entraron, en primer lugar, un hombre y una mujer vestidos de negro con un cuello blanco como si fuese una bufanda y unos larguísimos trozos de tela a rayas de colores colgando del cuello. Eran "los" sacerdotes, y yo miré a todo el mundo con grandes ojos entre admirados e interrogantes, y nadie pareció asombrarse como yo. Detrás entraba la pareja, vestidos al uso: él con su traje de novio, ella de blanco, y todo el mundo de pie les saludaba.

Cuando llegaron al altar, la mujer-sacerdote se dirigió al púlpito, nos dio la bienvenida a todos y nos presentó el programa de festejos. En ese momento, me dí cuenta de que en cada banco había además de los libritos, unos lápices de colores sospechosos. Qué actividad interactiva nos tendría preparada esta comunidad? sería algo didáctico y profundamente significativo, como en el cole, o sólo una amenaza? tendríamos que hacer un mural a la salida? se habrían quedado los lápices de la misa de niños anterior? Todo esto me resultaba muy prometedor y divertido (y hacía mucho que no entraba en una iglesia con una perspectiva tan clara de próxima diversión...), sobre todo cuando la mujer alzó sus brazos hacia el cielo como invocando y rezó con toda la iglesia al Señor para empezar la ceremonia, y acto seguido su compañero el hombre-cura se dirigió a una sillita en un lateral y se puso a tocar la guitarra: era el momento de cantar.

La misa transcurrió de esta manera en una atmósfera bastante distendida, en que el hombre y la mujer se turnaban para hacer según qué oraciones y todos participábamos con algunas alegres cancioncillas. Pero de repente, el hermano del novio se paseó entre los bancos y entregó unas tarjetitas. En ese momento, fuimos exhortados a escribir nuestros buenos deseos para los novios, cada uno en un papel. Yo empecé, cual Goethe, a redactar una frase llena de ornamento y poesía en mi mejor alemán escrito, pensando en que sería algo muy solemne desear toda la felicidad del mundo a los novios... cuando de repente miré la tarjeta del amigo de mi novio, en la que ponía: "hijos sanos, y mucha diversión en la producción!!". No estaba mal, pero yo había quedado una vez más como una assurda con mi elaborada frase, y mi novio se tuvo que contener la risa cuando al fin consiguió arrebatarme el papelito de las manos antes de tener que entregarlo y leyó aquello. Yo puse la cara más respetable que pude y sólo le espeté: "es que soy filóloga".

Tras la misa, otra sorpresa: se salía después de la pareja, y a la salida unas niñas repartían unos botecitos que resultaron ser jabón para hacer pompas: resulta que así no se mancha el suelo con arroz o pétalos de rosa y es todo mucho más ecológico. Ésta era una boda muy social, y después de recibir nuestra botellita, nos encontrábamos con la pareja de curas que nos despedían dándonos la mano, igual igualito que en las misas de las pelis americanas. Después de hacer unas cuantas pompas, felicitar a los novios y darnos unas carreritas para entrar en calor, nos dirijimos hacia el restaurante: llegaba la hora del banquete.

Al ir llegando al restaurante, nos pasaban primero por una salita en la que firmábamos en un libro y acto seguido nos hacían una foto, en parejas normalmente, que luego iba a ser uno de los inolvidables recuerdos de la pareja. Poco a poco, conseguimos entrar en la sala del banquete, muy decorada con rosas y telas que colgaban del techo, con pétalos de rosa sobre las mesas y los nombres de cada uno en cada lugar. Pero lo que más me llamó la atención fueron 2 cosas: un caballete con un lienzo en blanco y pintura, pinceles, etc. a la entrada, y una cuerda que colgaba de lado a lado en el fondo de la sala con un montón de tarjetas colgadas con pinzas, a modo de cuerda de tender. Mientras iba bebiendo el cava de bienvenida, una chica se acercó a mi con cara risueña y me colocó entre las manos un sobrecito. Cuando lo abrí, pude sacar un papelito en el que ponía un número: 15. Esto fue la gota que colmó el vaso: eran demasiados misterios de una vez como para mantenerme callada: inmediatamente me acerqué a la primera muchacha que pude encontrar y le pregunté: el número explicaba la historia del caballete: no me había dado cuenta, pero el lienzo estaba dividido a lápiz en varios cuadraditos pequeños, y en el centro de cada uno había un número. Cada número había sido repartido a una chica de la fiesta, para que en cualquier momento de la noche se pudiese acercar al caballete y pintase en su cuadradito lo primero que se le ocurriese que tuviera relación con la boda, los novios... así, al final de la fiesta, la pareja tendría un bonito cuadro que le recordase aquella noche y las impresiones de sus invitados. Qué buena idea, pensé. Muy didáctica y educativa, pero muy bonita para gente a la que le gusten esos detalles empalagosos como a mi, jeje.

Sólo me quedaba aclarar el misterio de la cuerda de tender fotos, pero era ya la hora de comer y no quise demorarme. Me senté en mi sitio y antes del banquete, cada uno de los novios dio un discurso. Todos aplaudimos con emoción y hambrientas miradas, y entonces se nos explicó el avanzado método para ir al buffet sin que se formasen colas: primero iría la mesa de los novios al buffet, y ellos tenían una gran copa de premio (no sé de qué sería, pq no creo q los alemanes jueguen al mus) del abuelo de la novia que serviría de marca: el primero que volviese del buffet la colocaría en una mesa, que sería la siguiente que podía ir a servirse, y con ese mecanismo se conseguiría una repartición más humana de la gente. Ni que decir tiene que cada mesa lo pasó pipa animando a las sucesivas personas que salian del buffet con la copa aquella para ser la siguiente en ir al buffet...
Cuando llevábamos un rato meneando los bigotes llegó la orquesta, cantamos un par de canciones típicas y empezaron los juegos. Y es que lo que en España es cortar la liga y la corbata se convierte en la cívica y social Alemania en juegos para los novios, los cuales preparan los amigos de los novios, que los recogen de una amplia tradición de bodas varias, o simplemente compran un típico libro de juegos para bodas que se puede comprar en las librerías y los hacen... Los novios pasan un poco de vergüenza y según sea el juego, quizás también alguien más, todos se ríen y la pobre española no comprende para nada qué leches están haciendo, pero bueno, no parece ser importante porque el resto de la gente lo está pasando bien. Después del postre llegó el baile y la barra libre, bailé con un amigo de mi novio porque él no lo estaba viendo nada claro, pinté mi trozo de cuadro con una imagen de la iglesia en la que se casó la pareja feliz y nada, continuamos la fiesta hasta el amanecer. ´

Y diréis, avispaos vosotros: Y qué puñetas era eso de la cuerda de tender? Pues tenéis razón, casi se me olvida. Resulta que era también algo que habían preparado los amigos de la pareja: cada tarjeta era una postal y tenía escrita únicamente una fecha, cada tarjeta tenía una fecha distinta; quien quisiera podía llevársela, pero tenía que escribir algo para los novios y enviársela justo aquel día que ponía en la postal y así ellos recibirían cada semana una tarjeta de alguno de los amigos o familiares que estuvieron en la boda y sería otra manera de recordarla durante muuuucho tiempo. Qué idea tan bonita, eh? A mi me parece muy romántica... Es que cuando se trata de tener detalles, los alemanes se lo saben montar bastante bien!!!

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